Juventud, divino (y escurridizo) tesoro

Hoy no vengo a hablar de política, ni de actualidad; hoy vengo a hablar de la juventud, de la mía concretamente.

Cumples 18 años, terminas el instituto y toca elegir futuro. En mi caso fui a la universidad. Elegí una carrera de 3 años, lo que significaba que para los 21 ya debía estar colocada y, por supuesto, con un trabajo de la hostia, que para eso iba a ser ingeniera. Porque los años de la universidad son fabulosos, con todos esos nuevos amigos, esos jueves, ese sentirte súper maduro pero sin tener responsabilidades todavía. Pero cuando se acaba, también se acaba la diversión. De repente, te haces mayor. O eso creía yo.

Llegado el momento de la verdad, me quedaba acabar el proyecto. Primer año «perdido». Pero que a su vez me sirvió para irme haciendo a la idea de cómo iba el mercado laboral. Veamos: año 2011, sector de la construcción, ¿hace falta que sea más explícita? No había dónde rascar. Así que nada, tú que sabes hablar idiomas y que tienes espíritu aventurero, vete a hacer un año más al extranjero, que ahí te colocas fijo. En Escocia cumplí 22 años. Cuando me fui tenía miedo, pero no a lo desconocido. No, tenía miedo de verme muy mayor entre los estudiantes Erasmus.

De nuevo esa sensación de que eres demasiado mayor, de que las aventuras y las diversiones ya no son para ti. Con 22 años, ¡por el amor de Dios! Obviamente, una vez allí, vi que la gente tenía más o menos mi edad y me relajé. Fue uno de los mejores años de mi vida, por cierto. Sin embargo, cuando volví y vi que mi flagrante título de una universidad británica tampoco me abría excesivas puertas profesionales, volví a sentirme mayor y a pensar que había «perdido» un segundo año.

Cosas de la vida, encontré un trabajillo en una academia, dando clases de repaso. Salario malo, pocas horas, de la jefa prefiero no hablar… Pero oye, que ese curso me abrió el gusanillo de la enseñanza. Entonces decidí cambiar de profesión. La única pega es que entre el año de la academia, el del máster y el de estudiar las oposiciones, un tercer, un cuarto y un quinto año «perdidos». Todo ello aderezado con una sucesión de minijobs, que no es plan de vivir de los padres eternamente y una tiene que pagarse sus caprichillos (como dice Madonna: <>).

De forma que ahí te plantas con 26 añazos (como dicen en estas tierras turolenses en las que vivo ahora: siendo más vieja que un bancal) y tu primer trabajo «de verdad». Sin embargo, por la razón que sea, la vuelta al instituto me sentó bien: no sé si la compañía de adolescentes me rejuveneció o es el simple hecho de que por fin, después de pasarme los últimos 5 años corriendo porque llegaba tarde, al ver mi vida encarrilada, me relajé, levanté un poco el pie del acelerador y empecé a disfrutar del viaje.

Hace poco, un chico de 22 años, a punto de acabar un grado superior, me dijo que se veía mayor. Al principio me chocó. ¿Dónde va este pipiolo diciendo que es un viejo? Hasta que me dio por pensar en cómo era yo a esa edad y me di cuenta de que tuve exactamente el mismo pensamiento (de hecho, esa situación es la que ha provocado esta entrada). Y no creo que sea casualidad, creo que existe en la sociedad una idea preconcebida de lo que es la felicidad y en el momento que algo se sale de ese marco o se retrasa, nos sentimos frustrados.

Lo único que tengo claro es que, aunque mi vida es muy diferente de lo que tenía planeado, de algún modo todo ha salido bien y hoy estoy justamente donde quiero estar. Así que, si me permitís un humilde consejo: dejad de hacer planes y levantad el pie del acelerador.

2 comentarios sobre “Juventud, divino (y escurridizo) tesoro

  1. Esta es una de tus mejores entradas (o de las que más me ha gustado a mí, que esto es muy subjetivo). Y además, te hemos podido conocer un poco mejor, que siempre es de agradecer.

    Lo que no tengo tan claro es que no hayas hablado de política. Ese sentimiento de desamparo, ese túnel negro que ve al mirar al futuro tanta gente de 20 años, tiene mucho que ver con el 50 % de paro juvenil (o el 25 % que había en el 2000, que ya era un disparate). Y eso es política.

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